¿En serio?

Cuando era pequeña jugaba muy a menudo a un juego que de puro absurdo, me mantenía entretenida durante un buen rato. Se trataba de buscar una palabra de dos sílabas y empezar a repetirla mentalmente hasta ese momento en que la palabra pierde su significado y surge una nueva, que puede o no expresar algo; esto es por ejemplo, melón, melón melónme lonme, lonme , que no quiere decir nada; o amor, amor amora mora, mora que tiene significado de las dos formas.
Han pasado muchos años, pero yo sigo utilizando esa técnica a menudo, no para jugar como cuando era pequeña, pero sí para analizar situaciones de la vida cotidiana que, como palabras bisílabas, pierden su sentido cuando se repiten sistemáticamente y me empieza a parecer que todo es una broma, os cuento
Empiezan a sonar mucho antes de que salga el sol. Algunos hasta suenan bien, engañando a nuestro cerebro para que asuma como algo agradable, lo desagradable que puede llegar a ser despertar cuando el cuerpo pide a gritos seguir durmiendo. Hordas de personas que se levantan sufriendo, se duchan sin ganas, desayunan malamente y salen corriendo como autómatas hacia trenes, metros, buses o coches que los llevan de lunes a viernes a sus lugares de trabajo, donde pasan siete u ocho horas produciendo algo, o dando algún servicio que en teoría es necesario para vivir. Las personas que conducen todos esos medios de transporte que nos llevan a nuestros trabajos, están ya trabajando, y habrán llegado a sus trabajos en algún medio de transporte y así hasta el infinito, como una palabra silábica cuando pierde su sentido,
Hombres y mujeres que creyendo que le están haciendo un favor a su cuerpo y a su mente, después o antes de su jornada laboral, van durante una o dos horas a machacarse a un gimnasio con máquinas que inventan y producen otras mujeres y hombres en sus jornadas laborales, y de las que salen con ganas de ir a un gimnasio en el que hay otras máquinas que inventaron otras personas y así hasta el infinito.
Hombres y mujeres que a menudo, al salir de sus trabajos van a hacer compras a un gran supermercado en el que también mujeres y hombres trabajan colocando todas esas cosas que se pueden comprar para satisfacción de nuestros estómagos y cerebros, porque todos los productos que se venden en los supermercados están colocados estratégicamente para que compremos más y más. De hecho hay personas cuyo trabajo es ese; crear estrategias de venta. Pero ellos y ellas a su vez también caen en otras estrategias de venta porque también tienen que ir al supermercado después de trabajar y así hasta el infinito.
Llegamos a nuestras casas agotadas después de estas maratones de actividad tan necesaria para vivir; con apenas tiempo de charlar un rato con la o las personas que comparten nuestra vida, con apenas tiempo para leer algún párrafo de ese libro que por momentos nos saca de la aciaga realidad, de escuchar algo de música o de ver una buena película ahora que tenemos Netflix, aunque las personas que inventaron Netflix quizás tengan alguna otra plataforma porque estén hartas de la suya y así hasta el infinito.
Pero enseguida llega el viernes y ya vemos la vida de otro color; con dos días por delante para disfrutar de la vida, ¡qué maravilla!, si es que nos quejamos de vicio Ese pintxopote del viernes, que nos reconcilia con la humanidad; esa comida familiar o esa quedada con la cuadrilla del sábado que nos hace darnos cuenta de cómo pasa la vida; y esa tarde de domingo amargándonos a la velocidad del reloj, porque se acaba el tan ansiado fin de semana y así hasta el infinito.
Aunque hay un momento en el año en el que todo esa rutina absurda toma sentido, ¡Las Vacaciones!, quince días en el pueblo, en un camping o si ese año hemos logrado ahorrar algo en un hotelito a mesa puesta, ¡ que para eso estoy todo el año como una esclava!, los otros quince, como no hay presupuesto y además no me dejan cogerlos en verano, me los reparto como buenamente puedo. Y así un año tras otro hasta el infinito hasta que de nuevo esa palabra silábica que es la VIDA, pierde su sentido.
Pues hay días que me da por jugar a esto, y es entonces cuando toda la realidad en la que nos movemos pierde su sentido, y voy en el tren camino del trabajo y veo, a esas horas en las que el cielo es naranja , un rebaño de cabras tumbadas en la hierba, desperezándose al abrigo de los primeros rayos de sol y pienso en cuánto me gustaría estar como una cabra.
Y me acuerdo de esa historia en la que un pescador salía a diario a pescar lo necesario para comer él y su familia, y alguien le dijo que por qué no pescaba más horas y así podría vender pescado y con lo que sacara comprarse un barco más grande y pescar más y vender más, incluso contratar ayudantes y montar una pequeña empresa para tener un buen dinero para cuando se jubilase poder disfrutar de la familia y los amigos; a lo que el pescador le contestó que para que iba a esperar a la jubilación, si él ya disfrutaba de su familia y amigos todos los días.